Ya he comentado en varias ocasiones (y lo volveré a decir bastantes más) que de lo que menos me gusta de mi trabajo es desplazarme en avión, por lo incómodo, por las esperas y por que comprarte una chocolatina y una cocacola en un aeropuerto te cuesta casi seis euros.
Sin embargo, en esta ocasión, tengo que decir que he asistido al despegue más gracioso de mi vida. La azafata que tenía que hacer el discursito de las salidas de emergencia y demás temas de seguridad tenía un ataque de risa que era incapaz de decir una frase seguida. Pasados un par de minutos a todos los pasajeros se nos había contagiado la risa, y estábamos todos descojonándonos, al final, cuando han conseguido acabar ha habído hasta ovación.
Lo peor, llegar a las doce de la noche al aeropuerto destino.
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