martes, 16 de octubre de 2007

Aventuras en la isla (Segunda parte)

Como mi empresa ha decidido que no me dedique a lo que hasta ahora era mi trabajo habitual, y ahora simplemente dejo que vean mi preciosa cara, asiento con tranquilidad y sonrisa de buda a lo que dice mi compañero, miro lo que otros han mirado y vuelbo a preguntar lo que ya me han contestado... pues no puedo seguir con este blog. He decidio contar una historia fantástica.

Allí voy con la segunda parte, pero debo advertir que como no he releido la primera puede haber inconsistencias.




Aún no había comenzado a amanecer cuando los sonidos de los primeros en despertar dieron vida a nuestro campamento. Instalados en la cueva que la tribu nos había cedido como parte de sus costumbres de bienvenida costaba ver los rayos del sol, pero por las indicaciones de nuestros relojes no había duda de que era el momento de ponerse en camino.

Hoy volveríamos a encontrarnos con el gran hechicero, había solicitado nuestra presencia, y a pesar de que el jefe de la tribu había quedado encargado de "acompañarnos" hasta la cueva superior, no costaba descubrir que tenía otras formas de controlar nuestros movimientos. A pesar de la penumbra, no era dificil percibir las pequeñas criaturas-ojo que vigilaban nuestros movimientos.

El jefe del poblado era un personaje curioso, por lo estraño de su apariencia, y por su carencia total de aspecto de líder, sin duda se trataba de un títere en manos del Gran Hechicero y de Marona la Matriarca, solo una sombra de lo que algún día fue antes de consumirse por los efectos de la magia mental.

De nuevo, aunque acudimos toda la expedición, solo pudimos pasar en presencia del hechicero Janto y yo. Nos sorprendió la brevedad del encuentro, ya que entre las habituales frases invocando al magia y antiguas deidades solo conocidas por él, nos invitó a un desayuno.

Aunque dabamos por seguro que mientras estuvieramos en el poblado, protegidos por la imagen de la gran TeEse no intentaría comernos para recoger nuestros espíritu, deberíamos haber estado más atentos y no caer en esa ingenua trampa, ya que en cuanto probamos las infusiones calientes, caimos presa de un temblor incontrolable, y casi a punto de desmayarme pude ver como nuestros brazos y piernas se cubrían con los tatuajes que nos marcaban como sus presas.

Despertamos tan solo unos minutos después, pero las marcas eran totales en nuestro cuerpo. De momento podríamos seguir manteniendo la libertad de movimiento, pero los tatuajes pronto podrían dejarnos a su merced.

Teniamos por lo tanto que intentar frenar esta mágia, para ello decidimos acudir a ver a Marona la Matriarca, que sabíamos que también tenía interés en vernos, sobretodo a Ter-se-aja ya que estaba interesada en conocer qué habíamos encontrado de valor entre los desheredados de su propio pueblo. Habían llegado a nosotros comentarios de que la Matriarca lo era en sentido literal, ya que ella era la madre física de todos los habitantes de la tribu, excepto de aquellos que formaban la capa más degradada del poblado.

Recorrimos la distancia que separaba la rocosa zona de las cuevas de la planicie donde se encontraba el gran árbol en el que vivía la Matriarca. A él había que subir utilizando unas lianas que funcionaban mediante algo parecido a un juego de poleas. Era el gran árbol sagrado, del que nacían todos los habitantes de la tribu.

¿Qué aventuras deparará a nuestros exploradores esta cita?
Lo veremos en el próximo capítulos